DIA 46: URBANITAS ADAPTADOS

TOKYO – TOKYO: 0 KMS, otros tropecientos a pata y unos cuantos más en metro...
(22 de agosto del 2010)









Despertamos un día más con el único propósito de hacer el turista por Tokyo pues con lo que nos había costado llegar hasta aquí nos merecíamos amortizar entonces el esfuerzo. 
Éste era nuestro hostal, el Kaosan Tokyo donde las motos aparcadas a la puerta, bajo la ventana de nuestra habitación, descansaban de tantas emociones.

Pequeño templo Komagatada-dou. Se puede observar, igual que en Corea, el símbolo de la seuvástica budista.

Los carros tirados por auténticos atletas.

Las mujeres también dan el callo.

Cogimos el metro y nos plantamos en el barrio administrativo-financiero de Shinjuku donde están los más modernos rascacielos de Tokyo.




Ellas... son así...


Carles rinde homenaje a la marca de la Abuela que tras encontrarla casi abandonada en una pequeña tienda de motos, seguro nunca hubiera pensado que a sus 18 años su futuro pasaba todavía por cruzar dos continentes y llegar hasta Tokyo.

Este tipo de moto les mola bastante por aquí.


Mega-súper edificio del Ayuntamiento (del Gobierno Metropolitano), un rascacielos de 48 pisos y 243 metros ni más ni menos diseñado por Tange Kenzo.

El edificio se llama “Tocho” y pretende imitar los circuitos electrónicos y chips de un ordenador, pero los contribuyentes le llaman La Torre de los Impuestos ya que costó un billón de dólares.

Vamos con otra “peculiaridad asiática”: el puñetero ruido de las cigarras. Es algo que nos venía persiguiendo desde que llegamos a Corea, e igual en Japón. Cuanto más calor, más ruido. Están por todas partes y hacen un sonido muy extraño, a oleadas, de manera que los primeros días creíamos que era el ruido de una sobretensión de los cables de la electricidad. Son llamadas “minminsemi”, por la onomatopeya del ruido “min min”, y son de un tamaño más que considerable. Cuando vas a un parque es impresionante y molesto el jaleo que montan. He encontrado un par de videos por internet del ruido en concreto:
Aquí una de ellas de la que se puede apreciar el considerable tamaño:


Caminando un buen trecho llegamos hasta Yoyogogikamizanocho (¡toma ya palabreja!), donde está el famoso Parque Yoyogui, o parque Meiji.
La Torre NTT vista desde un claro del parque Meiji.

En el parque está el Santuario Sintoista Meiji (Meiji Jinju), el más importante de Tokyo.

Detalle de la parte trasera del Kimono (o Yukata los más informales de algodón para el día a día por casa), donde el cinturón (Obi) hace forma como de mochila o riñonera.

En el templo había varias bodas, éstos eran unos novios. Ella lleva el Uchikake, el kimono de boda de seda y bordado con hilo de oro y plata.

Una comitiva nupcial.


Salimos del Parque por la entrada de Shibuya y no a mucho tardar encontramos algunas zokus (tribus urbanas), en concreto amantes el rock&roll y el rockabilly.



Estuvimos buscando también las tribus manga, pero se ve que en agosto deben de hacer vacaciones porque no vimos a casi ninguno.
Era domingo y mucha gente iba vestida tradicionalmente pero en plan cómodo (“arreglada pero informal” que dicen las fashions...). No sé si sería equiparable a calzarse el chándal de los domingos aquí en España, jajaja.

En la zona de Harajuku había una destacable concentración de jóvenes entre conciertos, bailes, rapeos, Hip-Hop, etc.

Más fauna motociclística local de dudoso gusto. Si éste es el futuro de la moto vamos arreglados...


Hammer-tunning.

Sobre la hora de comer habíamos casi llegado a Shibuya y se imponía un descanso para los pies. Como unos veteranos ya, lo primero era buscar un restaurante local económico y, antes de entrar, lo segundo era proveerse de bebida fresca en cualquier máquina callejera. Los refrescos, de hasta medio litro algunos como éste, entre 0,8 euros y un euro dependiendo de la zona.


Y lo tercero es entrar al restaurante, dirigirte a la máquina expendedora de la entrada, pagar y escoger el menú (490 yenes en éste caso según leo en la pared (4,3 euros)). Con el recibo te buscas una mesa (o más a menudo un taburete en la barra)  y al cabo de poco te viene el camarero con las viandas que has escogido, y con un vaso de agua malísimo con gusto a café que haría vomitar a las ratas... Y coge los palillos y a comer. Va por ustedes.



Ya con la barriga llena acabamos de bajar hasta la zona de Shibuya, un hervidero de jóvenes consumistas buscando las ocasiones más glamorosas entre cientos de tiendas y centros comerciales.
En Shibuya hay dos cruces famosos por la cantidad de gente que se entrelaza en plena marea humana. Uno es éste frente a los almacenes 109.


Más abajo, en la estación de Shibuya está la estatua de Hachi-ko, un perro venerado por la lealtad a su dueño (una cualidad muy apreciada en Japón), pues tras la muerte del dueño el perro le estuvo esperando cada noche durante más de una década. Encontramos a dueños de otros perros que los traían ante la presencia de Hachi-ko, supongo que para que heredaran de él su proverbial lealtad.

Y el otro famoso cruce de Shibuya es precisamente el que está frente a la estación. Cada vez que el semáforo se pone en verde empieza una carrera hacia todas partes. Lo cruzamos varias veces y he de decir que es una experiencia muy curiosa ver que se te acerca gente en todas direcciones.

Anduvimos un rato entre los/as veinteañeros/as frenéticos y nos dirigimos ya hacia el Norte, de nuevo hacia Yoyogui donde encontramos el Estadio Olímpico de gimnasia y baloncesto de las Olimpiadas de Tokyo 64.

El diseño es de Tange Kenzo también, y a pesar de los años transcurridos sigue siendo impresionante.

Detalle que tal vez recuerda al casco de un samurái.

Fauna moderna local tipo.

Fuimos bajando entonces por Harajuku y la calle comercial Omotesando hasta coger de nuevo el metro con destino al Hibiya y el Palacio Imperial.
Vista del distrito de Hibiya, ya oscureciendo.

Cruzamos los jardines del parque que compone la Plaza del Palacio Imperial y ya casi sin luz llegamos al famoso puente de piedra de doble arco Nijumbashi, y al fondo, sobre el puente, el discreto Palacio Imperial (pues el original fue destruido durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial).





Ya sin luz para sacar buenas fotos decidimos pasar un buen rato descansando y disfrutando del fresco en el césped del parque, un remanso de paz y tranquilidad en medio de la megaurbe.


Vista de Hibiya ya de noche.



Tras otra sesión de metro conseguimos llegar de nuevo a nuestro hostal. Mis zapatos de tai-chi (menos espacio y menos peso) ya no daban más de sí y los agujeros ya eran más que evidentes y molestos (muchísimas ciudades visitadas durante el viaje habían acabado con su resistencia).



Vuelta a dormir al hostal con las motos en la puerta, que mañana tocaba gestionar su transporte de vuelta a casa.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bueno el registro, saludos...