DIA 22: EL GOBI LLAMA A TU PUERTA

ALTAI – GOBI DESERT: 280 KMS.
(29 de julio del 2010)





La noche había sido bastante fría pero conseguimos sobrevivir mal que bien. Eso sí, cuando abres la cremallera de la tienda y la vista es así, sabes que estás donde quieres estar...


Necesitábamos cambiar moneda y reabastecernos de agua y comida, y nos levantamos tarde para esperar a que el banco abriera.  Lo que no sabíamos es que a esa hora iba a estar a reventar de gente...
Además, al despertarse mi moto no arrancaba pues, además del frío nocturno, la noche anterior había usado demasiado las luces auxiliares mientras buscábamos un sitio para plantar las tiendas en el monte en plena noche. Simplemente la echamos montaña abajo y arrancó, pero el embrague volvía a estar casi muerto. A la de Carles también le costó horrores arrancar por el frío, pero al final obedeció. La abuela se mostraba más noble.
Fuimos al banco y me quedé en la puerta con la moto en marcha por si las moscas.
Esta es la plaza principal de Altai, el banco está al fondo.

Carles estaba tardando un montón de tiempo en salir pues resultó que sufrió una cola de aquellas que el vecino te pone el codo en la boca... Total, que al final entre una horda de curiosos tocones y preguntones paré la moto y luego procedí a reparar de nuevo el embrague (que parecía que por la noche perdía la eficacia cuando se enfriaba la junta después de darle caña todo el día). Allí mismo la desnudé y la destripé sin piedad a la vista de todos, ya no había sitio ni ocasión para vergüenzas ni miramientos.  
Con todos los deberes hechos: moneda, embrague, agua y comida, dimos una vuelta por Altai.
En cada patio hay un Ger, incluso cuando hay construcciones de obra. Son un pueblo nómada y están siempre preparados para ir donde haga falta.

El Templo.

Ese día había una boda.
Bendiciendo a los invitados con leche (creo).

El Monje celebrante.



Incluso en el Templo hay un Ger.

Antes de salir del pueblo encontramos un taller de coches “oficioso” del Mongol Rally...

Salimos del pueblo dirección Este, como casi cada puñetero día del viaje, jajaja.
No a mucho tardar encontramos fauna local.

Nuestros neumáticos Metzeler Karoo 2 y Karoo a punto para la batalla.





Teníamos la intención de hacer una buena tirada, como el día anterior si era posible.

Pero en Mongolia no puedes hacer planes. A medida que pasaban las horas descubrimos que ya estábamos cruzando el desierto del Gobi, puesto que aunque el paisaje general seguía siendo parecido, flanqueado por montañas interminables que no se mueven del sitio aunque conduzcas el día entero, el suelo había cambiado y ahora tenía a veces arena, a veces mucha arena, y a veces demasiada arena...

Se hacía muy difícil conducir las motos cargadas por los arenales y a lo largo del día las fuerzas nos fueron abandonando hasta que en una ocasión vi a Carles que se caía y acto seguido, sólo de intentar parar, a la que reduje velocidad y perdí tracción, acabé yo también con los huesos en la arena.

A menudo tenías la sensación o la ilusión de que los márgenes con vegetación iban a ser más practicables que el centro de la pista, pero la mayoría de las veces era un error, pues solían haber trampas de arena mucho más blanda y menos compactada.

Caía ya la tarde cuando llegamos a un río sin puente a la vista. Preguntamos a un local y nos dijo que lo siguiéramos... pero se paró 30 metros más arriba y nos indicó el mejor punto para atravesarlo (!). Apareció casualmente una taxi-furgoneta y lo atravesó delante de nosotros y con ello pude medir la profundidad y me pareció que no llegaría el agua al filtro de aire ni al escape de la moto.  Me lancé a la aventura y aunque con una parada de emoción en el medio (y las botas llenas de agua al poner pie a tierra, desde luego), al final conseguí atravesarlo y Carles también sin problemas poco después. Ya era casi de noche y no tenemos ni siquiera fotos porque cuando las cosas son peludas de verdad no estás para gaitas, pero creedme que era un río grandecito y con caudal, y que pasarlo necesito una cierta dosis de decisión.
Intentamos seguir a la furgoneta esa un rato pues nos confirmaron que iban en la dirección que necesitábamos, pero tras un par de sustos con la arena decidimos primar la seguridad y parar a acampar en medio de la nada. Sólo habíamos podido recorrer 280 kilómetros. Desde luego la llegada de la arena nos había hecho cambiar el ritmo muy claramente.
Por otro lado, lo bueno de las botas de Goretex es que no les entra el agua (las recomiendo encarecidamente), pero lo malo es que cuando ésta logra entrar, como en el río, tampoco sale por ningún lado... jajaja. Vamos, que me quedaron los pies blanquitos y reblandecidos.
Montamos el campamento bajo la bóveda celestial y con los fogoncillos titubeantes huyendo del viento tras las tiendas nos hicimos unas sopitas calientes con la mayor parte de la escasa agua que aún nos quedaba. Y al saco, otra noche a dormir durito, aunque menos por la arena. Las motos, con nosotros.




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