DIA 24: AL MENOS LLEGAMOS A ULAN BATAAR

BAYANKONGOR – ULAN BATAAR: Unos 500 KMS.
(31 de julio del 2010)






Me desperté entre bache y bache en la cabina de aquél camión de carga que surcaba las pistas talmente como los Kamaz del Dakar. Al conductor se le cerraban los ojos a menudo y le tirábamos agua a la cara o le hacíamos preguntas de lo que quedaba o de dónde estábamos. Todo ello con gestos, claro, porque el tipo y su novia sólo hablaban mongol y, francamente, a mí se me escapaban algunas pocas palabras... jajaja.

La convivencia de los cuatro 15 horas dentro de la cabina, el olor a humanidad nuestro de varios días de lucha y sudor sin hotel ni ducha de por medio, y los cánticos mongoles de aquella pareja de desconocidos, es algo que quedará en nuestra memoria para toda la vida....

Desde luego mis problemas mecánicos hasta entonces nos estaban amargando el viaje, pero a cambio habíamos conocido a muchas personas y vivido experiencias que de otra forma nunca hubieran sucedido.

De camino Carles y yo íbamos elucubrando planes alternativos por si no encontrábamos recambio, de manera que facturásemos las motos para casa y siguiéramos nosotros dos como mochileros por China, posibilidad que ya preveíamos meses antes y por la cual teníamos visado Chino de dos entradas. Siempre habíamos considerado que llegar a Ulan Bataar, es decir hacer un Mongol Rally para entendernos, ya era de por sí una aventura gratificante. Lo importante entonces era que estábamos sanos, sin lesiones, y sin desgracias que lamentar.

Por el camino se hicieron varias paradas en Gers de la ruta, para asearse, comer o a veces ni siquiera sabemos por qué.

Aquí un Ger. El billar es como un deporte nacional, aunque sorprende aquí en medio de nada. En las calles de las ciudades también hay mesas al aire libre.


En una parada aprovechamos para poner las motos algo más decentes, pues con la chapuza-atada y los caminos destrozados las motos tenían ya varias cosas rotas y la de Carles estaba casi en el suelo.

Al final, a media mañana, llegamos a Ulan Bataar pero el camionero nos dejó en la entrada exterior porque decía que el camión tenía prohibido entrar en la ciudad. Luego pudimos comprobar que era cierto, pero a nosotros nos hizo maldita la gracia porque nos faltaban casi 20 kilómetros para llegar al centro, que tendríamos que hacer arrastrando la moto con la cuerda.

Bajamos las motos del camión como pudimos, pues en vez de los 7 u 8 que éramos para subirlas ahora estábamos sólo nosotros 3 y un lugareño que nos echó una mano. Conseguimos no tirarlas por la borda.

Atamos luego las motos para que Carles me remolcara hasta el hostal y entonces resultó que la Yamaha (alias la abuela salvadora), había decidido tener también su momento de protagonismo y no arrancaba de ninguna de las maneras sin duda debido a la gasolina que había perdido la cubeta del carburador tantas horas tumbada en la caja del camión.

Intentamos arrancarla, la empujamos, la arrastramos con el coche de un vecino y nada, ya estaba anegada. Cerramos el grifo de gasolina y volvimos a empujar con la ayuda de unos peones y al final arrancó... pero Carles la paró porque había visto un humo sospechoso. Casi me lo como... jajaja.  Ya exhaustos (al menos yo que empujaba...), volvimos a intentarlo y volvió a arrancar... ¡qué alegría!.. Pero se paró enseguida, pues no nos habíamos acordado de volver a abrir el grifo de gasolina.... ¡seremos pardillos! 

Por suerte al final la moto consiguió arrancar y funcionar correctamente (la abuela no nos dejó tirados), y entramos en Ulan Bataar con la cuerda que se iba rompiendo y de la que cada vez quedaban menos trozos... pero entramos y conseguimos llegar al hostal.

En la estación de Ulan Bataar. Obsérvese lo cerca que vamos a pesar de ir remolcando... pero es que ya no quedaba más cuerda, jajaja.


Sólo de llegar al hostal la encargada me entrega el paquete del África Twin Club con los recambios para el embrague que me habían enviado días antes desde España. Impresionante la movida que montaron los amigos y el envío solidario, y muy emocionante haber podido atravesar Mongolia entera para llegar a recogerlo 2.000 kilómetros más adelante con una moto averiada.


Realmente necesitábamos la ducha, cambiarnos de ropa y un rato de dormir en una cama.

A media tarde intentamos ir a sitios de recambios pero a las 6 ya estaban cerrados, siendo sábado. Nos dijeron que al día siguiente domingo abrían. Ya lo veríamos.

Hicimos el turista por el centro de Ulan Bataar y nos dimos enseguida cuenta que aquello ya era una gran ciudad casi occidental, había turistas por todos lados, la gente hablaba algo de inglés, había restaurantes fast food, tiendas de marca, etc., etc. La Mongolia interior, la de la nada, había quedado ya definitivamente atrás. Cuando estás allí pasándolo mal, deseas con todas tus fuerzas que las pistas de la estepa o el desierto se acaben y llegue el asfalto por fin, pero justo cuando eso sucede, ya lo echas en falta y querrías volver enseguida.

Lateral de la Plaza Sukhbataar.


Viendo algunos edificios os hacéis una idea de que la modernidad y la tradición se unen en Ulan Bataar. La estatua ecuestre es de Damdin Sukhbataar, el líder mongol durante la revolución de 1921. Al fondo, dibujada en la ladera de la montaña, se aprecia la figura de Gengis Khan.


Fachada del Parlamento de Mongolia.


Kublai Khaan, el quinto y último Gran Khan del enorme imperio mongol durante el siglo XIII.



Y su abuelo Gengis Khan el grande, quien unificó todas las tribus mongolas y fundó dicho imperio mongol que fue el imperio contiguo más extenso de la historia ni más ni menos (de Oeste a Este desde Europa Oriental hasta el Océano Pacífico, y de Norte a Sur de Siberia hasta Mesopotamia, India y la Indochina).


Cambiamos moneda en un banco y cenamos en un sitio decente por primera vez en unos días.

De puñetera casualidad en un semáforo nos encontramos con aquel checo/polaco que habíamos conocido en Siberia y quedamos en tomar algo cuando tuviéramos un rato.

Ya en el hostal dormimos con las motos metidas dentro de la finca vallada, pero la encargada sufría por ellas pues nos advirtió muy seriamente del peligro de robo por las noches en ese barrio decadente de la estación. Sólo dos días antes allí mismo había palmado un tío al caer borracho desde el 2º piso.


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